¿Y si hacemos turismo cultural?
En nuestras reuniones de equipo en las conversaciones sobre Cartagena y la narrativa siempre terminamos hablando del turismo, o mejor, de la turistificación. Durante nuestros talleres y laboratorios con jóvenes de la ciudad, el tema va fluyendo con naturalidad, sus participantes empiezan a identificar y señalar esa sensación de estar como de “prestado” en la propia ciudad. La imagen es recurrente: esa ciudad que se muestra para el turismo no tiene nada que ver con lo que nosotros somos.
Recuerdo mucho que durante una clase a la que nos invitó la profesora Karen Gómez, diseñadora gráfica de la ciudad, en la Universidad Los Libertadores, una de sus estudiantes nos decía que se sentía muy extraña entrando al centro comercial que construyeron donde estaba el Circo Teatro y que no encuentra allí nada que tenga que ver con ella. También comentaba que de ese lugar se podrían contar muchas cosas que hacen parte de la historia de la ciudad, pero no están reflejadas en ninguna parte de ese edificio, nos contó además, la anécdota del torero que se propuso lanzarse de una avioneta en paracaídas y caer en el centro de la plaza, pero no calculó la fuerza y dirección del viento y acabó muriendo ahogado en las playas de Marbella.
Esa misma semana fui al Museo de Arte Moderno y encontré allí una de las obras más emblemáticas de Enrique Grau, el tríptico Panorámica de Cartagena, en el que se puede ver en el tercer cuerpo del cuadro la imagen del torero paracaidista volando sobre La Serrezuela guiado por dos ángeles que lo llevan hacia el mar.
Todavía hay mucho más que contar sobre Cartagena por fuera del interminable catálogo de excesos, fiestas, islas, chivas y balcones coloniales. La realidad cultural y la historia de esta ciudad es mucho más rica y diversa que eso a lo que se ha reducido una oferta basada en la rumba y el consumo.
Nuestra relación con el turismo hasta ahora, ha consistido primero que todo en ser testigos de sus efectos: analizar, criticar las malas prácticas y principalmente preguntarnos si esta industria podría ser diferente. Ante eso, un día, hartos de criticar y de esa sensación que a veces lo invade todo de “no hay nada que hacer, esto ya se echó a perder, tendríamos que volver a empezar”, decidimos levantarnos y dijimos –vamos a diseñar una oferta de productos de turismo cultural que esté conectada con lo que somos–.
De alguna forma cada uno de nosotros ha estado relacionado con el sector del turismo de diversas formas y hemos tenido experiencias positivas en las que se ha valorado nuestro conocimiento y mirada de la ciudad, entonces lo más lógico es que ahora como empresa lo hagamos juntos y logremos también la sostenibilidad de Imagina Cartagena Lab para seguir haciendo lo que más nos gusta que es encontrarnos con la gente, hablar, ver películas, crear, soñar, hacer fotos, podcast, teatro, etc.
Siempre he pensado que lo que hacemos en el arte, tiene como uno de sus objetivos principales lograr conectar con el público local y de a pocos ir construyendo una audiencia para fortalecer algo parecido a una industria, porque no se trata solo de lo que yo como artista pueda proponer, si no de cómo participa eso de una movida local, un sentir colectivo que nos va llevando a crear un mercado. Sabemos que en Cartagena no es fácil, pero nosotras hemos hecho un camino ahí.
En medio de nuestras actividades surgieron pedidos de personas o empresas que se interesaron por nuestra mirada de la ciudad y nos preguntaban si podíamos proponerles una forma de visitarla y si podíamos acompañarles a conocerla. Así hemos podido visitar el Mercado de Bazurto para proponer una mirada desde las intervenciones artísticas que han tenido lugar allí, o la escuela de Tambores de Cabildo en la Boquilla, una de las iniciativas de formación en música tradicional con más proyección en la ciudad y su propuesta de turismo cultural a través de Batámbora, así como diseñar una ruta por los museos y galerías donde se exhiben los trabajos de los artistas emergentes.
Así surgió nuestro más reciente producto, que es una experiencia cultural a través de un taller de turbantes y trenzas dirigido por Rosa Caribe en el barrio Torices, en Casa Chambacú, un centro cultural independiente y autogestionado. Esperamos que esta iniciativa nos permita desarrollar una ruta por los barrios de Torices y Santa Rita para acercarnos a una narrativa asociada con el liderazgo de las mujeres y la importancia del desarrollo de estéticas de resistencia.
De esa forma, de una manera totalmente orgánica hemos ido abriendo un espacio que esperamos poder afianzar este año, si lo que hacemos como parte de nuestros procesos de investigación y nuestras búsquedas es interesante para los turistas, sabremos ser los mejores anfitriones y ofrecer una experiencia de primer nivel.
Fotografías: Rafael Bossio