El cuento de mis ‘órganos de negro’

Por: Kevelyn Ravelo Sarabia

El cuento de los órganos de negro empieza conmigo entrando al Hotel Santa Clara, para esperar allí el bus que llevaría a un grupo de periodistas al barrio Pozón, zona suroriental de Cartagena, para asistir el evento inaugural del Hay Festival.

Era mi primera vez dentro de ese lugar, porque como dijo Indhira Serrano en una de sus conversaciones en el festival, las personas negras tenemos vetados ciertos espacios y los hoteles son uno de ellos. Atravesé la puerta con mis ojos recorriendo el lugar como una ’corroncha’, como seguramente me catalogarían los dos personajes de la mesa donde me senté minutos después.

Me acompañaban el profesor David Lara y un par de cachacos gomelos, dos hombres andinos, para quienes este era un Hay Festival más. Empezamos a conversar tal como lo propician estos espacios, donde todos ansían conocer contactos de los cuales presumir después. Luego de que uno de los trabajadores del hotel llamara al profe, los cachacos lograron guiar la conversación a sus ocupaciones, estudios en el exterior, a jactarse de sus trabajos con comunidades y a hablar sobre el tiempo que llevaban viviendo en la ciudad por cuestiones de trabajo.

Yo dije que estaba allí como periodista, soy comunicadora social y una de las socias fundadoras de Imagina Cartagena Lab; ellos fingieron escucharme, pero al no mencionar ningún medio internacional o capitalino, mi intervención pasó desapercibida y se enfocaron en preguntarme sobre el profe David, seguro les resultaba más interesante para su inigualable conversación.

Tras el regreso del profesor a la mesa, entra el tema de la gastronomía a la conversación, que inicia con este diálogo del par de cachacos:

 – Yo anoche cené arepa de huevo- dijo uno de ellos. – Ya hoy no puedo volver a comer, porque es que esa grasa me puede hacer daño.

– Es que es muy fuerte, acá en Cartagena todo es frito y eso ni les hace daño- dijo el otro gomelo.

– Es porque son negros, los negros tienen una gran resistencia, ¿tú no ves qué es lo que comen? Chicharrón, fritos….

– Es cierto, yo llego a comer eso y me enfermo.

Tras escucharlos, David Lara y yo nos miramos incrédulos. Inmediatamente identificamos la escalada racista que rápidamente tomó la conversación.

– Yo no sé de qué virreinato vienen ustedes- dijo David con la ironía que lo caracteriza, mientras yo preferí callarme y concentrarme en mi celular, buscando alejarme de aquella nefasta charla.

Luego de un rato dónde estos seres con órganos de blanco, se dedicaron a intentar torpemente parecer eruditos hablando de todo lo que su sesgada observación antropológica les ha permitido saber sobre los costeños, David al verme tan callada quiso volver a integrarme a la conversación, preguntándome por qué la local no decía nada. En ese momento, intentando parecer tranquila, les dije que no podía participar de una conversación que había empezado siendo tan descaradamente racista. Los gomelos, eruditos, con estudios en el exterior y trabajos en comunidades, pusieron rostros de indignados ante la mención de tan peligrosa palabra.

El profesor, tal vez tratando de mediar la situación o como otra forma de enfrentarlos, comentó que «el racismo está tan interiorizado que no nos damos cuenta cuando decimos expresiones tan abiertamente racistas». Los ya incómodos cachacos, empezaron a intentar refutar semejante acusación diciendo:

– Yo no puedo ser racista, si mira, yo soy negro- dijo el gomelo de tez trigueña.

– Yo no soy racista, si yo creo que los negros son una raza superior…

Ante el rumbo cada vez más absurdo y discriminatorio que estaba tomando ese diálogo decidí ponerme de pie y retirarme, junto a mis órganos de negra que no pueden tolerar que incluso cuando logramos atravesar puertas que por años nos han cerrado, aquellos que niegan y desconocen sus privilegios, se encarguen de recordarnos que no somos bienvenidos, que nuestro lugar es la mesa de frito y no en conversaciones con hombres capitalinos, formados en el exterior, encargados a nivel nacional de contar nuestras historias y que trabajan con el dinero asistencialista que administra el centralismo andino y blanco mestizo para «intervenir» las comunidades afrodescendientes de mi región.

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