Remover las entrañas del Hay Festival
Por: Catalina Vela
A finales del pasado mes de enero, se realizó el Hay Festival 2023 y nos dejó pensando en algunas ideas que quedaron resonando, así como en las reacciones que ha habido en medios de comunicación, en las redes sociales y en las conversaciones con amigos, amigas y colegas sobre este evento que cada quien pronuncia como mejor le suena: “JEY”, “JAY” o “HAY”. Y aunque esta fue su versión 18, nos llama la atención que muchos y muchas cartageneras no sienten conexión alguna con este evento.
Nos ocupa especialmente el asunto del público de un evento como este, la forma en que se informa y participa de las actividades y también su interacción con la ciudad. En ediciones pasadas del Hay Festival de Cartagena había mayor presencia de estudiantes, no solo de la ciudad, si no de muchas otras ciudades del país. Estudiantes de literatura, comunicación y periodismo, ciencias sociales y artes hacían presencia en las charlas y encuentros. Es cierto que la organización ofrece asistencia gratuita a estudiantes a 10 de sus charlas, sin embargo, la participación de este sector ha disminuido notoriamente.
Por más que se ofrecen ciertas condiciones favorables, es la ciudad misma la que es adversa a la realidad estudiantil. Estar en el Centro Histórico de Cartagena es caro y la asistencia a estos festivales representa un gasto en transporte y alimentación. Los mismos estudiantes de las Universidades que aún tienen sede en el recinto amurallado no encuentran ningún espacio en donde reunirse después de clase y construir una vida social activa que es un insumo importantísimo para la vida profesional: el capital social y cultural se adquiere en las relaciones personales, en el encuentro con los otros en el espacio público.
En el sitio web del Hay se lee que es una organización sin ánimo de lucro que:
“crea festivales inclusivos y para todos los públicos en los que celebramos la literatura, el pensamiento, las ideas y el intercambio entre las personas. Nuestro principal objetivo es hacer la cultura accesible para toda la ciudadanía, independientemente de su origen y edad”.
La celebración la vivimos y la disfrutamos, pues el Hay es una fiesta de la palabra y las ideas, los discursos de sus invitados e invitadas están en sintonía con las tendencias más actuales del pensamiento global: los debates sobre la desigualdad, el racismo, la opresión del sistema patriarcal, la violencia sobre los cuerpos de las mujeres y las personas con orientación sexual diversa, la emergencia climática y el fin de la guerra, son problematizados para generar profundas reflexiones.
En el Hay Festival se ponen en el escenario conversaciones y puntos de vista disruptivos, incómodos y sobre todo necesarios para acercarnos como sociedad al ideal de justicia, igualdad y libertad.
En cada conferencia a la que pudimos asistir en nuestro cubrimiento como medio independiente hubo llamados frontales de panelistas a los y las asistentes a practicar el antirracismo, o la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, de las mujeres, de las personas racializadas. Ante la pregunta constante del público sobre ¿qué podemos hacer para cambiar? La respuesta es un llamado a la acción, a la denuncia, a derribar la indiferencia, así como la exigencia de una educación para todos y todas, un diálogo más honesto con las emociones y la solidaridad con las personas menos privilegiadas.
Durante el encuentro de Mabel Lara y Lydia Cacho para hablar del libro de la periodista mexicana, hubo espacio para conocer sus investigaciones que han logrado demostrar los nexos de la mafia con el gobierno de México y las bandas de explotación sexual de mujeres. Aproveché para hacer una pregunta que nos obligara a pensar qué estamos haciendo tan mal en Cartagena para que este panorama cada vez sea peor.
Esa mañana por ejemplo, había un grupo de 25 o 30 niñas y niños del municipio de Santa Catalina, invitados por el proyecto de la Carreta Literaria de Martín Murillo. A la salida pude preguntarle a algunos de ellos cómo se sentían y qué habían aprendido. La respuesta fue unánime: que el machismo se tiene que acabar. En situaciones como esta es que uno ve el verdadero impacto que pueden llegar a tener estos eventos.
Tuvimos la oportunidad de estar ahí y quisiéramos que hubiera mucha más participación del público local y que esas tres patas sobre las que se estructura la programación: el Hay Comunitario, el Hay Joven y el Hay Festival lograran no solo llevar algunas actividades a espacios fuera del centro, sino sobre todo lograr mezclar esos públicos, los que pueden pagar y los que no pueden pagar, los que llegan en avión y los que llegan en transcaribe, los jóvenes y los ya no tan jóvenes.
La cuestión racial es esencial. Espacios como este festival y otros similares que se realizan en la ciudad deben llevar a todas las dimensiones de la planeación y ejecución la pregunta por la participación de las personas racializadas, especialmente porque en Cartagena la población afro es una de las más amplias del país. No es normal que entre el público sea tan minoritaria la participación de personas Afro. No es normal que las pocas personas negras que se ven en los recintos estén allí trabajando en oficios de logística y servicios, y muy pocas en los espacios de dirección y toma de decisiones.
Durante los días del Hay, publiqué un tuit en el que me refería al público que estaba llenando las salas del Centro de Convenciones, el Teatro Adolfo Mejía o el Hotel Santa Clara, donde el ingreso a cada conferencia tiene un costo de $35.000 COP, que algunos dirán que es barato porque cuesta menos que la entrada a un partido o a un concierto, (como escribió en su columna de El Tiempo el profesor Wasserman, que debió leer mal el tuit) pero hay que salir de esa burbuja y pensar que no es solo la boleta lo que hay que pagar y que probablemente muchas personas requieran más tiempo para transportarse al centro que lo que pasan en el evento de una hora, y que tal vez el cálculo no sea solo económico. La gente tiene otros motivos para no participar.
Los comentarios de las personas a este tuit me hicieron ver que el asunto es, como decía una de ellas citando a Paula Moreno ¿Quién tiene la llave? ¿Quiénes son las personas que se están quedando por fuera de estos grandes eventos culturales que se realizan en la ciudad?
Esto me lleva a pensar en el modelo de negocio de estos festivales que se sostienen principalmente por benefactores, Cooperación Internacional, patrocinadores y en buena parte por la taquilla. Y es que poder tener la intensa actividad de cuatro días con charlas, conciertos, galas, conferencias, una programación que va desde las 10 de la mañana a las 6 de la tarde llevando al escenario a más de 180 invitados, muchos de ellos provenientes de lugares lejanos a Cartagena, es una tarea enorme. Parte de la organización del Festival se hace también por fuera de Cartagena, aunque se contrata a proveedores locales para todo lo relacionado con producción técnica y logística.
Me pregunto si no será un buen momento para repensar el Festival y anticiparse a una situación que se puede volver insostenible y un día de estos se tome la decisión de dejar Cartagena. No queremos que se vaya el Hay que ya lleva 18 años en la ciudad. Queremos que se quede y que crezca esa participación, y que veamos a más lectores y lectoras interesadas por acercarse a sus autores favoritos, queremos ver el nacimiento de un movimiento editorial en la ciudad, queremos que las librerías y bibliotecas estén llenas todo el año, también queremos que el talento literario local llegue a estos escenarios, tal como vimos este año a Cindy Herrera, Teresita Goyeneche o Margarita Robayo.
Desde el 2005 ha cambiado mucho el panorama de Cartagena, las tensiones causadas por la desigualdad y el racismo estructural se han agudizado. Si bien no se espera que una iniciativa privada se ocupe de resolver los problemas de la ciudad, estoy plenamente convencida de que estos grandes eventos culturales (pensando en el de Música y el de Cine también) sí podrían tener una mayor incidencia en el cambio de narrativa que necesita la ciudad, y para eso sería pertinente trabajar más de la mano con las organizaciones locales que ya están actuando en esa dirección.
Pensamos que todavía hay un trabajo por hacer en relación a la formación de público, pero la buena noticia es que se puede construir sobre lo construido. La participación de iniciativas como Imagina Cartagena, La Canoa Literaria, Cana Cultura, Cuatro Palabras, El Colegio del Cuerpo, así como la presencia del decano de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Cartagena, sus estudiantes y profesores es positiva y debe ser amplificada porque es participando en estos espacios que se pueden derribar los muros desde adentro, como decía Indhira Serrano en su charla en el Hay Joven con Laura Romero, nuestra directora de comunicaciones.
La charla de Laura e Indhira permitió plantear una de las mayores dificultades a las que se enfrenta una persona racializada ante espacios de poder. Tratando de citar sus palabras, “esa idea de no merecer estar en esos lugares y quedarse afuera, argumentando que está todo bien, que así está mejor, no poder ni si quiera expresar que se siente miedo a entrar a un hotel, una tienda o un restaurante.” A propósito de esta idea recomiendo la lectura del texto de nuestra compañera Kevelyn Ravelo “el cuento de mis órganos de negro”.
Laura le entregó a Indhira la postal de Imagina Cartagena en la que se ve una fotografía tomada por Rafael Bossio en el mercado de Bazurto en mayo de 2020. En ella aparece un grupo de mujeres vendedoras de carbón que durante la pandemia tuvieron que lidiar, no solo con el covid, si no con la orden de cierre y militarización del mercado.
https://www.instagram.com/p/CoFYbkdDkGh/
La pregunta que propone Laura es sobre ese lugar que hoy en día es presentado como el epicentro de la cultura en Cartagena, ¿qué tipo de lugar es, cómo se vive Bazurto, y cómo lo viven personas como las que están en ese retrato colectivo?
Traer esa foto y esta historia a este evento Nacional es un intento de remover las entrañas de la cultura en Cartagena.